Sábado, 26 de marzo 2011
Por: Jaime Salinas
Al iniciar esta lectura, usted se preguntará quién o cuál será el foco de atención de mi artículo semanal, pues nos encontramos a tres semanas de elegir a un nuevo presidente y lo lógico sería continuar con la saga de análisis de los distintos candidatos presidenciales como lo vengo haciendo en las últimas semanas, y más aún ahora en esta nueva e interesante etapa de subidas y bajadas en las encuestas que comprueban, como lo señalé en un artículo anterior, que la elección se gana o se pierde el 10 de abril y que nada está dicho todavía.
Sin embargo, hoy no escribiré sobre política. Hoy tengo el compromiso de compartir un testimonio impostergable, una vivencia que no solo me cambió la vida en 1992, sino que desde hace quince años repito en un acto de agradecimiento, meditación y reencuentro conmigo mismo y con la fe en quien me ayudó a superar el momento más difícil de mi vida. Un reencuentro anual al que acudo a agradecer a quién me dio fuerza, me protegió, me dio esperanza y, sobre todo, me ayudó a no quebrarme ante el infortunio. Un reencuentro con quien en los momentos difíciles de estar secuestrado por el gobierno de Fujimori injusta e ilegalmente acusado de terrorismo en 1992, me fortaleció, me dio entereza, serenidad y me ayudó a afrontar los casi treinta días que pasé en las mazmorras de la Dincote luego de la insurgencia constitucional protagonizada por mi padre para recuperar la democracia el 13 de noviembre de ese mismo año. Este testimonio está dedicado a compartir con ustedes el privilegio de haber podido realizar hace unos días y por un nuevo año consecutivo mi viaje de peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Lourdes, a la gruta donde la Virgen María se le presentó en repetidas oportunidades a la joven Bernardita en 1858, hoy Santa Bernardita, quien en ese entonces era una pastorcilla vecina de la zona, quien tuvo varios encuentros milagrosos con la Madre de Cristo. Visiones que luego compartiría con el resto del poblado y se confirmaría según los estudios rigurosos realizados por el Vaticano.
Mis visitas empezaron hace poco más de quince años, luego de prometerle a la Virgen de Lourdes acudir cada año, dentro de mis posibilidades, a darle gracias por haber protegido a mi padre del intento de asesinato del que fue objeto la fatídica noche del 13 de noviembre y por haberme protegido a mí también a partir de esos acontecimientos, no permitiendo con su mano divina que la maldad y el odio de Vladimiro Montesinos se materializara y su orden de enviarme al penal de Castro Castro se hiciera realidad. Fue durante los casi treinta días que permanecí privado de mi libertad que me encomendé a la Virgen y al Padre Urraca (venerado en la Iglesia de la Merced en el Centro de Lima) para que me dieran la fuerza necesaria para no quebrarme y vencer a la adversidad. Sé que fue gracias a una acción divina y la intercesión de ambos que logré salir de la cárcel y luego partir al exilio desde donde luché por casi tres años por la libertad de los más de veinte valientes oficiales del Ejército Peruano que acompañaron a mi padre en la gesta insurgente y fueron condenados a varios años de prisión en las mazmorras del Castillo del Real Felipe.
En esta oportunidad y estando frente a la imagen sagrada de la Virgen en la gruta de Lourdes le hice la promesa que al volver escribiría este testimonio con el fin de compartir con nuestros lectores el mensaje de fe y de paz que nos trae la Madre de Jesús con su enorme misericordia y amor por sus hijos animando y sugiriendo con enorme entusiasmo a todo aquel que comparta mi fe Mariana que acudan en algún momento de sus vidas al milagroso santuario pues es, no solo una experiencia recogedora y emocionante, sino que sentirán (sin duda alguna) la profunda energía en sus corazones y en su alma que transmite la presencia divina de Nuestra Señora allí presente. Energía que lleva a muchos (y no se sorprenda cuando acuda la primera vez) a que sin querer derramen algunas lágrimas y sientan una profunda e incontenible emoción sin razón aparente, pues la Virgen toca los corazones de todos los que la visitan y sin saber cómo ni por qué uno se emociona hasta las lágrimas.
Agradezco la paciencia de mis queridos lectores en permitirme compartir esta experiencia personal con ustedes, pero si a partir de estas líneas un ciudadano(a) que me lee decide acudir en peregrinaje al Santuario de Lourdes y tiene un encuentro con Nuestra Señora en persona, me sentiré profundamente feliz que la Virgen cuente con un devoto más que acude a ella no solo para pedirle algo, sino para darle gracias por lo que nos da, sobre todo la salud y la tranquilidad de nuestros familiares, de nuestros amigos y de nuestros seres queridos en general.
Esta experiencia que repito año a año me nutre el alma, renueva mi fe en la humanidad, estrecha los vínculos con mis seres queridos y, sobre todo, fortalece mi vocación de continuar en el servicio público a pesar de tantas dificultades y sinsabores que en lo personal me ha dado el involucrarme en política. La Virgen de Lourdes cambió mi vida, estoy seguro que cambiará la suya también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario