Sábado, 21 de mayo de 2011
Por: Jaime Salinas
En los últimos días han aparecido varios “superhéroes” de la democracia, variopintos personajes que salen a gritar en cuanto medio existe que “saldremos a las calles si la democracia es afectada”, “no permitiremos que regrese la mafia” y hasta “no importa si tienen el poder, igual nos enfrentaremos a ellos”. Es cómico escuchar a varios de estos ciudadanos de caricatura decir esto ahora, cuando en su momento, cuando las papas quemaban y el fuego arreciaba, agacharon la cabeza mansamente ya sea por un plato de lentejas, por un puesto público, o peor aún, por intereses económicos o por simple miedo y cobardía. Para estos modernos y oportunistas adalides de la democracia, su defensa de la misma se limitaba a escudarse detrás del silencio cómplice o de algún artículo de opinión que pocos leían. Más patético es el recuerdo de algunos indignos hombres de uniforme que ofendieron la memoria de nuestros héroes Bolognesi o Cáceres cuando firmaron la vergonzante acta de sumisión ante el hoy condenado Vladimiro Montesinos (a quien temían) y en ese momento ninguno de estos “superhéroes” tampoco dijeron nada y sellaron con su inacción su complicidad con esos actos. Sin embargo, cuando el Montesinismo entró en crisis y Vladimiro estaba más preocupado en salir del país que en quedarse a defender su feudo de poder, allí cuando todo era caos y desorden, allí si aparecieron los “machazos” de la democracia, a defender lo que ya había sido destruido y manoseado, a levantar su voz en nombre de la constitución a pesar de que sin vergüenza alguna se pasaron ocho años en cómplice silencio y se sometieron, salvo muy pocas excepciones, al Doc.
Pero, como decimos los peruanos, si hubo alguien que “se la jugó”, alguien que tuvo las agallas y el coraje para no bajar la cabeza ni ponerse de rodillas y poner el pecho cuando se atacaba la democracia, cuando Montesinos tenía todo el poder, cuando varios de sus compañeros de armas le decían “no seas tonto, Vladimiro nos dará dinero, poder, solo tenemos que ponerle el Perú en bandeja y a vivir con lujos”, él dijo “no”, los peruanos de rodillas “jamás”, ese fue, y lo digo con orgullo de peruano y de hijo, el general del Ejército Peruano Jaime Salinas Sedó, mi padre. Estoy seguro que la historia valorará su entrega y sacrificio, cuando aquel 13 de noviembre de 1992 junto a un reducido pero valiente grupo de militares peruanos decidieron enfrentar a quienes habían sometido al Perú a sus antojos personales. Montesinos tenía todo el poder político y militar, mi padre y sus soldados tenían su coraje, decisión y su amor por el Perú, aún sabiendo que sería una misión casi imposible, pero el mandato constitucional y los valores de libertad que defendían eran más importantes. El general Salinas Sedó y los que lo acompañamos en su gesta patriótica sabíamos que teníamos que defender los ideales en los que creemos. Él tenía que preservar el juramento que hizo a la bandera cuando recibió su espada como oficial del sagrado Ejército Peruano de defender la ley y poner el pecho valientemente por lo más valioso que puede tener un verdadero y noble ciudadano, su patria.
Recordemos que el general Salinas Sedó y sus compañeros de armas pasaron casi tres años en las mazmorras del Real Felipe por defender la ley, la democracia y el estado de derecho pudiendo haberse rendido y salir en libertad rápidamente, pero se opuso tenazmente (durante su encierro) a varias propuestas indignas que Montesinos le hacía llegar a su celda para que se sometiera a su poder a cambio de “salir libre al instante”, así como también se negó a delatar a ninguno de los otros participantes en aquella gesta (muchos civiles y militares a quienes yo también vi y que Montesinos nunca descubrió) porque valientemente él, y los que estuvimos presos por esos mismos hechos nunca delatamos, ni nos vendimos al Rasputín de turno a pesar de que recibimos innumerables ofrecimientos de libertad a cambio de nuestras declaraciones. Sin embargo, la prueba más grande de amor por su país, por su bandera y por la libertad, así como la demostración de su verdadero valor y decencia militar la dio el general Salinas Sedó cuando sabiendo que su propio hijo de 27 años también había sido apresado esa misma noche (estuve casi un mes secuestrado en los calabozos de la Dincote acusado ilegalmente de terrorismo) con el objeto de extorsionarlo y torturarlo emocional y psicológicamente para que se someta al poder de Montesinos, él, mi padre, no se quebró, no cedió, no se sometió y logró (con el dolor de padre a cuestas) enfrentar el infortunio y el sufrimiento que llevaba dentro como lo hacen los verdaderos valientes, con dignidad y la frente en alto y mantuvo su posición de defensa de sus ideales hasta el último día de su infame encierro.
Luego de ser liberado, en junio de 2005, después de casi 3 años de injusta prisión, le pregunté si se arrepentía de los hechos y que si la vida le diera otra oportunidad volvería a intentar la insurgencia similar y me contestó, que ya sea Montesinos, otro abusivo dictador o una fuerza extranjera, nuestra bandera siempre estaría primero, pero también a modo de “jalarme las orejas” (como todo padre) cuando le dije que en aquellos momentos muchos de los que decían defender también la democracia lo dejaron solo (entre ellos, muchos otros oficiales del propio Ejército Peruano y alguno de ellos hoy candidato presidencial), me dijo que cuando se afecta la libertad no hay que quejarse de lo que los otros no hacen, sino que son los valores y las convicciones personales las que deben actuar, ya que cada peruano es poderoso en su ámbito personal para defender su país y que no tienen que ser sólo los políticos, los militares o los empresarios los que lo hagan. “Cuando se afecta tu país todos somos soldados del Perú, sea contra la influencia de un poder extranjero o contra una dictadura interna” me expresó.
Hoy que aparecen tantos “valientes” en pro de la democracia, hay que tomarse un momento para reflexionar, para releer la historia, para saber escuchar a quien puso el pecho por el Perú y no caigamos en los cantos de sirena de quienes recién ahora vociferan por la libertad. No sea que tengamos que arrepentirnos luego de nuestra elección. Pero que se sepa que si alguien se atreve a arrebatarnos esa libertad por la que algunos ya pagamos con cárcel, sangre y sacrificio sin duda lo volveremos a hacer, volveremos a insurgir, con la misma audacia y tenacidad para defender los valores en los que creemos y en el ejemplo legado por un verdadero militar valiente, el General de División (r) del Ejército Peruano, Jaime Salinas Sedó.